domingo, 15 de julio de 2018

¿Qué podemos aprender de antiguos esqueletos?


Entre 2008 y 2012 los arqueólogos excavaron los escombros de un antiguo hospital en Inglaterra. En el proceso, descubrieron una serie de esqueletos. Uno, en particular, pertenecía a un hombre rico que vivió en el siglo XI o XII y que murió de lepra  entre los 18 y 25 años de edad. ¿Cómo sabemos todo esto? ¿Solo examinando algunos  huesos viejos cubiertos de tierra?

Incluso siglos después de morir, los esqueletos llevan características que nos hablan sobre sus identidades. Utilizando herramientas y técnicas modernas, podemos leer esas características como pistas. Esta es una rama de la ciencia conocida como antropología biológica. Permite a los investigadores agrupar detalles sobre individuos antiguos e identificar acontecimientos históricos que afectaron a poblaciones enteras.

Cuando los investigadores descubren un esqueleto, algunas de las primeras pistas que recogen, como la edad y el género, residen en su morfología, que es la estructura, apariencia y tamaño de un esqueleto. Los huesos, al igual que la clavícula, dejan de crecer a los 25 años, por lo que un esqueleto con una clavícula sin formarse completamente debe ser más joven que 25. Igualmente, las placas en el cráneo pueden continuar fusionándose hasta los 40 años, y algunas veces más tiempo. Combinando esto con algunas pistas esqueléticas microscópicas, los antropólogos físicos pueden estimar la edad aproximada de la muerte.

Por su parte, los huesos de la pelvis revelan el género. Biológicamente, las pelvis femeninas son más anchas, para permitir a las mujeres dar a luz, en tanto que las masculinas son más estrechas. También evidencian signos de enfermedades antiguas. Trastornos como la anemia dejan huellas en los huesos. Y la condición de los dientes puede revelar pistas sobre factores como la dieta y la desnutrición, que a veces se correlacionan con la riqueza o la pobreza.

Una proteína llamada colágeno puede darnos aún información más detallada. El aire que respiramos, el agua que bebemos y la comida que comemos, dejan huellas permanentes en nuestros huesos y dientes en forma de compuestos químicos. Estos compuestos contienen cantidades medibles llamadas isótopos. Los isótopos estables en el colágeno óseo y el esmalte dental varían entre los mamíferos dependiendo de donde vivieron y lo que comían. Así, al analizar estos isótopos, podemos extraer inferencias directas sobre la dieta y la ubicación de las personas históricas.

No solo eso, sino que durante la vida, los huesos sufren un ciclo constante de remodelación. Así que si alguien se mueve de un lugar a otro, los huesos sintetizados después de ese movimiento también reflejarán las nuevas firmas  isotópicas del entorno circundante. Eso significa que los esqueletos se pueden utilizar como mapas migratorios.

Por ejemplo, entre 1-650 dC, la gran ciudad de Teotihuacan en México estaba formada por miles de personas. Los investigadores examinaron las proporciones de isótopos en el esmalte dental, que detallaba sus dietas cuando eran jóvenes. Encontraron evidencia de migración significativa hacia la ciudad. La mayoría de los individuos nacieron en otra parte. Con un análisis geológico y esquelético adicional, se puede hacer un mapa de procedían esas personas.

Ese trabajo en Teotihuacan es también un ejemplo de cómo los bioantropólogos estudian esqueletos en cementerios y fosas comunes, y analizan sus similitudes y diferencias. De esa información, se pueden deducir sus creencias culturales, normas sociales, guerras y lo que causó sus muertes.

Hoy utilizamos estas herramientas para responder grandes preguntas sobre cómo fuerzas, como la migración y las enfermedades, conforman el mundo moderno. El análisis de ADN es incluso posible en algunos restos antiguos  relativamente bien conservados. Eso nos ayuda a entender cómo enfermedades como la tuberculosis han evolucionado a lo largo de los siglos y podemos hoy elaborar mejores tratamientos para la gente.

Los antiguos esqueletos nos pueden dar una sorprendente buena visión del pasado. Así que si tus restos son algún día enterrados intactos, ¿qué podrían aprender de ellos los arqueólogos del futuro lejano?

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